¿Qué mejor momento que el Día
Internacional del Libro para compartir una anécdota de una personaje favorita
(y una foto de una de mis personas favoritas)?
📸: @fotosgrafiasromero
“¡Vete, inmundo dwimmerlaik, señor de la
carroña! ¡Deja a los muertos en paz!”
Una voz fría respondió: “¡No te
interpongas entre el Nazgûl y su presa! O no te matará de una vez. Te llevará a
las casas de lamentación, más allá de toda oscuridad, donde tu carne será
devorada y tu mente marchita quedará desnuda al Ojo Sin Párpados”.
Una espada sonó al ser desenvainada. “Haz
lo que quieras; pero lo impediré, si puedo”.
“¿Impedirme? Necio. ¡Ningún hombre
viviente puede impedirme a mí!”
Entonces Merry escuchó de todos los
sonidos de esa hora el más extraño. Parecía que Dernhelm se reía y la voz clara
era como el sonido del acero.
“¡Pero yo no soy ningún hombre viviente! Estás
viendo a una mujer. Éowyn soy yo, hija de Eomund. Te interpones entre mí y mi
señor y pariente. ¡Vete, si no fueres inmortal! Porque viviente o des-muerto
oscuro, te golpearé si lo tocas”.
El monstruo alado le gritó, pero el
Ringwraith no dio respuesta y se quedó en silencio, como si tuviera una duda
repentina. Gran asombro venció por un momento el miedo de Merry. Abrió los ojos
y la oscuridad desapareció de ellos. Allí, a unos pasos de él, estaba sentada
la gran bestia, y todo parecía oscuro a su alrededor, y por encima del monstruo
se alzaba el Señor de los Nazgûl como una sombra de desesperación.
Un poco a la izquierda, frente a ellos,
estaba la que él había llamado Dernhelm. Pero el yelmo de su secreto se le
había caído, y su cabello brillante, liberado de sus ataduras, relucía con un
dorado pálido sobre sus hombros. Sus ojos grises como el mar eran duros y
feroces, y sin embargo lágrimas había en su mejilla. Tenía una espada en la
mano y levantó el escudo contra el horror de los ojos de su enemigo...
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