Traducido por Déborah Garwood Steel
22 de enero, 2017
Hoy se marca el 44 aniversario de la infame decisión Roe v. Wade por la
Corte Suprema de los Estados Unidos. Desde aquel lunes, 22 de enero de 1973,
casi 60 millones de bebés han sido ejecutados legalmente en nuestro país. Eso
representa más o menos 3.000 pequeñas vidas perdidas a diario.
He luchado con preguntarme cómo este holocausto moderno continúa en una
nación donde más de 3/4 de la población profesan ser cristianos y dónde acceso
a la Biblia, que afirma claramente el valor de la vida humana (Génesis 1:27,
Salmo 139:13-16), siempre está a solo un deslice de un dedo.
Aun si tuviéramos que dejar de lado nuestras convicciones religiosas,
la propia ciencia se opone. Avances modernos en la tecnología y la biología
molecular hacen que sea imposible argumentar que un bebé dentro del útero de
una madre sea algo menos que un bebé. Por lo tanto, si el cristianismo y la
ciencia moderna se oponen a la legitimidad del aborto, ¿por qué sigue la
masacre?
Tres palabras: yo sobre todo.
Estas tres palabras son el motor bajo el capó del movimiento pro-elección.
Pero también son el punto de contacto donde el tema del aborto se enfrenta
incluso con los activistas anti-aborto más apasionados entre nosotros. Un
momento en la vida de Jesús ilustra este punto.
Inconvenientes diminutos
En Marcos 10, Jesús y sus discípulos son recibidos por una gran multitud en
Judea, donde comenzó a enseñar “como acostumbraba” (Marcos 10:1). Entonces, en
medio de su sermón, un grupo de niños interrumpe a Jesús, irritando a los doce.
“Y traían niños para que [Jesús] los tocara, pero los discípulos les
reprendieron” (Marcos 10:13).
Ponte en el lugar de los discípulos por un momento. Tú has llegado con
Jesús para predicar las buenas nuevas del reino de Dios, sanar a los enfermos,
echar fuera demonios. De la nada, un grupo de niños se enfrenta al Maestro.
Hablan en voz alta. Están un poco fuera de control. Esto no estaba en la agenda
del día de hoy. Si eres uno de los discípulos viendo esto, lo que ves no son
niños. Lo que ves son inconvenientes, molestias. Bienvenido a la actitud detrás del aborto.
La actitud abortista no se trata de tener sed de sangre. Se trata de un
desdén por las molestias, los inconvenientes. Protegemos lo que más valoramos.
Si valoras tu propia vida, tus planes, tus objetivos y tu felicidad sobre todo,
entonces, por definición, cualquier cosa que interrumpa cualquiera de esas
cosas debe ser abortada o impedida.
La realidad inquietante, entonces, es que es posible estar en contra del
aborto y, a la misma vez, no ser pro-vida.
Anti-aborto, pero no pro-vida
Hace poco leí un anuncio de control de la natalidad que decía: “Maternidad
y paternidad es un club de elite, donde el precio de entrada es aumentar 15
kilos y renunciar tus sueños”. Esa es la forma en que nuestra cultura busca que
entendamos las vidas de los niños: trituradores de sueños.
Para la gente joven casada, pregunto: ¿Evitas el embarazo simplemente por
temor a cómo un niño va a interrumpir tu avance profesional y tu estabilidad
financiera?
Puede ser que estés en contra del aborto, y todavía no seas pro-vida.
Esta actitud abortista va más allá de lo que pensamos acerca de los niños.
¿Cómo valoras los ancianos en tu iglesia, tu barrio, incluso en tu familia?
¿Son cargas para evitar o personas para apreciar? Para aquellos de nosotros que
tenemos padres de edad avanzada, cuando se piensa en el creciente número de
necesidades y gastos médicos, ¿comienzan a parecerse más a una factura mensual
que a una persona hecha a la imagen de Dios? ¿Estás dispuesto a prestar
atención a las palabras del apóstol Pablo y “devolver recompensas” para ellos,
ya que trabajaron para ti cuando eras dependiente de ellos (1 Timoteo 5:4)?
Puede ser que estés en contra del aborto, y todavía no seas pro-vida.
¿Y qué de las cuestiones sistémicas como la difícil situación de las minorías,
especialmente los afroamericanos en nuestro país? Los problemas como los encarcelamientos en masa de hombres afrodescendientes o la ausencia de
padres en hogares urbanos minoritarios, ¿te impulsan a formar parte de
programas de tutoría para niños y adolescentes de bajo nivel socioeconómico?
¿Cómo impactan estos problemas tu forma de votar?
Puede ser que estés en contra del aborto, y todavía no seas pro-vida.
La guerra interna
El ser pro-vida es el notar donde el florecimiento de seres humanos no está
ocurriendo y moverse hacia el problema, aun cuando eso nos incomoda. Si
realmente queremos erradicar el aborto en nuestro país, debemos poner fin a las
semillas que llevan al aborto en nuestros propios corazones también. Y nuestra
única esperanza para cambio real es mirar a Aquel que fue incomodado
infinitamente por nosotros.
Cuando Jesús vio esto, se indignó y les dijo: Dejad que los niños vengan a
mí; no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el reino de Dios. En
verdad os digo: el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en
él. Y tomándolos en sus brazos, los bendecía, poniendo las manos sobre ellos (Marcos 10:14-16).
En Cristo encontramos la actitud y el abogado pro-vida perfecto porque en
Cristo vemos indignación contra cualquiera que vea a otra persona, creada a la
imagen de Dios, como una carga, y no una bendición. Hay en Él un corazón que
abraza a la gente, sin importar su edad o su etapa de vida. Él murió
voluntariamente, en amor, por el menor de estos, y envía a su Espíritu para
potenciar en nosotros ese mismo tipo de compasión, proveniente de un corazón
quebrantado y un amor sacrificial.
Debemos actuar contra el pecado del aborto en nuestro país y debemos
hacerlo ahora. Pero no te equivoques: La batalla por la vida no sólo se
encuentra dentro de las paredes de una clínica; se encuentra dentro de nuestro
corazón. Paremos el aborto donde comienza.
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